Avergonzada de mi misma.

Nenita lleva días así, que llora toda la mañana sin que se duerma, sin que tenga dolor aparente. Llora porque quiere dormir y al mismo tiempo quiere estar despierta.
Hoy lloró más que nunca, lloró hasta que su llanto se convirtió en un sonido agudo e insoportable que me sacó de balance.
No podía dejarla ni un segundo, no me pudo vestir, ni desayuné bien. Seguía llorando cuando perdí los estribos. Intenté una nalgada que no fue nalgada.
Nenita me vio con la misma cara que yo vi tantas veces a mi madre, y lloré.
Lloré porque nunca he pensado en darle nalgadas pero está me salió como un instinto, cómo su fuera normal, acogiendo a las ideas de dale una nalgada que no han matado a nadie.
Lloré porque está no es la forma en que pretendo criar a mi hija, porque no quiero acostumbrarme a lo que yo viví, no deseo para ella el miedo a las nalgadas.
Le he pedido perdón aún sin darle la nalgada, le pedí que me disculpara por perder el norte, por no comprenderla cuando me necesitaba más.
Y siento vergüenza por haber caído en esa salida fácil, pero es que fue la forma que a mi me enseñaron como la correcta y siempre la he odiado.
Hoy me siento mala madre, peor persona y sigo pensando que esa no es la salida nunca.

Nenita, perdón. Ya comprendí que un golpe duele más al que lo da, y hay heridas en mi corazón que necesito sanar a tu lado.